Durante los últimos días, la banda DOGMA —conocida por su estética provocadora, sus máscaras de monjas y su mensaje de “liberación femenina”— ha estado en el centro de una gran polémica. Lo que comenzó como un proyecto enigmático y visualmente impactante dentro del metal, ha sido acusado de ocultar prácticas de explotación, manipulación y control absoluto sobre sus integrantes.
La denuncia más reciente proviene de la cantante Kim Jennett, quien reveló detalles alarmantes sobre el contrato que le ofrecieron en 2024, y ha encendido un debate que ya suma las voces de exintegrantes del grupo y miles de fans indignados.
¿Quién es DOGMA y cuál es su concepto?
DOGMA nació como una banda de metal con una propuesta visual y conceptual que combina símbolos religiosos, feminidad y misterio. Sus integrantes —bajo seudónimos como Lilith, Lamia, Rusalka y Abrahel— aparecían siempre enmascaradas, presentándose como una hermandad que desafiaba las normas impuestas a las mujeres dentro del rock.
En entrevistas y comunicados, el grupo se definía como “una secta, un culto, un movimiento… una banda, tú decides lo que somos”. Su mensaje parecía centrarse en la liberación y la autenticidad, y su música, un híbrido entre el hard rock y el metal industrial, les permitió ganar notoriedad rápidamente en festivales europeos y latinoamericanos.
Sin embargo, tras el éxito de su debut y una creciente base de seguidores, comenzaron a surgir rumores sobre la naturaleza real del proyecto: ¿una banda o una marca controlada por una sola persona?
“Los fans merecen la verdad”: el comunicado de Lilith, Lamia y Rusalka
El primer golpe llegó cuando tres integrantes originales —Lilith, Lamia y Rusalka (Patri Grief)— publicaron un comunicado en sus redes sociales:
“Durante las giras vimos decisiones unilaterales, promesas rotas, manipulación, maltrato y mentiras a los fans. La persona que ahora controla el proyecto no es artista ni músico. Convirtió una banda en una marca, y a las personas en piezas desechables.”
Las artistas aseguraron que lo que hoy se presenta como DOGMA “no representa al verdadero espíritu de la banda”y llamaron a los fans a exigir transparencia y no apoyar “una mentira disfrazada de arte”.
También cuestionaron el uso del anonimato como herramienta de control:
“Las máscaras eran para proteger identidades, no para reemplazar personas. El único que necesita quitarse la máscara es él.”
La exguitarrista Patri Grief amplió estas declaraciones en un post personal, donde denunció condiciones laborales precarias: ausencia de visados adecuados para giras, limitaciones alimentarias durante los tours y comentarios sexistas por parte del manager.
Incluso relató haber sido deportada junto a otra integrante durante una gira en EE. UU., sin apoyo ni responsabilidad por parte del equipo de dirección.
“Se aprovechó de mi dedicación y bondad. Hice mucho gratis, creyendo en el proyecto. Cuando puse límites, me reemplazaron y me pidieron que entrenara a mi sustituta.”
Kim Jennett confirma el abuso contractual
Tras el comunicado de las exintegrantes, la cantante británica Kim Jennett publicó su testimonio, corroborando las acusaciones.
Jennett explicó que en 2024 fue seleccionada para ser la nueva vocalista de DOGMA y que llegó a coordinar ensayos en Sudamérica antes de rechazar el contrato que le ofrecieron. Según su relato, el documento —revisado por su abogada— equivalía a “esclavitud laboral”.
Entre las cláusulas más polémicas que enumeró estaban:
Cesión perpetua de su voz e imagen, incluso si abandonaba el proyecto.
Prohibición total de revelar su identidad o hablar públicamente.
Pago fijo de 100 USD por show, sin regalías ni derechos de autor.
Posibilidad de ser reemplazada sin compensación.
Obligación de cubrir los gastos legales del management en caso de conflicto.
Jennett declaró:
“Intenté incluir una cláusula sobre derechos humanos básicos y la eliminaron. Me negué a firmar. No podía aceptar algo que me despojaba de mi libertad y de mi identidad como artista.”
También denunció que el management utilizaba el anonimato como herramienta de control y que las intérpretes actuales estarían legalmente impedidas de hablar bajo amenazas contractuales.
“Si un proyecto necesita el silencio y el miedo para sostener su poder, no es empoderamiento. Es explotación.”
La respuesta oficial de DOGMA
Ante la ola de denuncias, el perfil oficial de DOGMA publicó un comunicado en el que aseguró:
“Respetamos a todas las personas que han sido parte de nuestro trayecto. DOGMA siempre ha sido y seguirá siendo más grande que cualquier individuo. Seguiremos adelante con la misma pasión y compromiso con el arte.”
Sin embargo, para muchos seguidores, la respuesta fue insuficiente. Las redes de la banda continuaron activas con publicaciones promocionales, lo que generó aún más rechazo entre fans que consideraron que la declaración evitó abordar directamente las acusaciones.
Una reflexión sobre poder, género y autenticidad en la música
El caso DOGMA expone una de las caras más oscuras de la industria musical: la conversión de artistas en productos reemplazables bajo contratos abusivos.
Detrás de la estética del empoderamiento femenino, las denuncias apuntan a un modelo de negocio que reproduce las mismas dinámicas de control y silenciamiento que pretende denunciar.
El uso de máscaras, que al principio representaba una herramienta de identidad colectiva, terminó simbolizando el borrado individual y la pérdida de voz.
Este episodio también reabre el debate sobre el papel del management y los límites éticos del entretenimiento. ¿Dónde termina el concepto artístico y comienza la explotación? ¿Hasta qué punto puede una marca apropiarse de la identidad de sus artistas?
El conflicto en torno a DOGMA es más que un escándalo pasajero: es un símbolo de las tensiones entre arte, control y autenticidad en la era moderna del entretenimiento.
Mientras las exintegrantes prometen continuar creando música con honestidad y sin máscaras, el proyecto oficial intenta seguir adelante. Pero la pregunta clave permanece:
¿Puede sobrevivir una banda cuyo mensaje de libertad fue construido sobre contratos de silencio?
La historia de DOGMA deja una lección clara: el verdadero empoderamiento no nace de la imagen, sino del respeto y la transparencia hacia quienes hacen posible la música.
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